martes, 27 de noviembre de 2007

Piedras. Mover lo inamovible

Sí, es tan insoportable la indiferencia que muestro sin mandar otro mensaje, que con total seguridad estará a punto de hacerse el harakiri por la oportunidad que dejó pasar. Es más, lo normal es que en los siguientes tres días me mande un sinfín de mensajes y me haga incontables llamadas con el único objetivo de recuperarme. Es irónico, por supuesto.

Mandé llamar a mi amigo utilizando una vieja táctica: la del que tira la piedra y esconde la mano. Después de dos mensajes sin respuesta, es de esperar que no me coja el teléfono en caso de que intentara hablar con ella. Si lo cogiera sería de locos. Pero la esperanza era que hubiera perdido el móvil. Entonces el número siempre estaría apagado o fuera de cobertura. Pero no fue así. Mi amigo llamó y dio tono, aunque ella no llegó a descolgar. Lo significativo es que el móvil estaba encendido.

Qué verbo tan difícil es engreír. Yo soy complicado por carácter. Porque pienso mucho y cuando piensas mucho encuentras siempre cosas que no te gustan. Y a veces eso que se puede mejorar es así y no hay más vuelta de hoja, y cuesta aceptarlo. Porque cambiar a las personas no es fácil, por mucho que las mujeres crean que pueden cambiarnos, craso error. ¡Seguro que tú lo has intentado más de una vez!.

Conocí a un chico en la universidad que era el prototipo de hombre perfecto. Tenía, además, un carisma especial. Sin embargo todo ese halo de perfección desaparecía cuando pasabas un mes cerca suya. Porque, simplemente, no era un buen tío. Aún así, podía tener a la que quisiera. Al principio le veían como algo ideal, luego, al descubrir la realidad, lo bajaban del pedestal. Pero ya se habían engañado a ellas mismas. Porque creían que podían moldearlo, mejorarlo a su antojo. Y fracasaban. Una detrás de otra. El sexto sentido femenino se traducía en una ingenuidad que terminaba rompiéndoles el corazón.

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